miércoles, 20 de abril de 2016

Apóstrofe

Vivimos acomplejados de “por qués” y “comos”. De puntos y comas; de ovejas y lobos. De lo que está bien, de la verdad absoluta y dejamos de sentir lo que de verdad nos hace disfrutar.
Acomplejados en un: ¿qué dirá? ¿En si tal vez me escuchas? Vivimos en la inopia, en la dejadez. En un futuro que será, tal vez, nuestro último día.

Es por eso que el reloj nunca marca la misma hora cada vez que lo miras. Hay que cambiar de puerto, de rutina. Hay que dejar el orgullo en tierra, saber pedir perdón y perdonar, aunque no quieras.

El orgullo, para los chalados. Para los sencillos, la modestia.
Dejar de rimar cadenas y liberar al pájaro que llevas en tus versos. Romper la pluma, soltar al preso y que vea lo que hay fuera.

Las guerras, para los soldados. Para el resto, los besos y que no haya fronteras.
Que tu carnet marque un “loco por tus huesos”,
Para acabar siendo un muerto, un esqueleto, bailando al son de la música, calmando sus fieras.